El episodio de las naranjas
Esa tarde, como cualquiera otra tarde caminaba como cualquier otro día y miraba el horizonte perdido como todos los horizontes que contemplaba todas las tardes de mi vida hasta ese día, hasta esa tarde.
Fue el tropiezo con la piedra, o un latido fuerte de mi corazón. No lo sé, algo en mi interior me llevó a dejar de mirar el horizonte y concentrarme un poco más en el cielo. Quizás ya era un poco más alto, un tanto más alto tal vez, pero no lo notaba porque siempre vi el horizonte con la misma altitud y a la misma distancia. Eso me frustraba. Si, quería ser gigante y esa tarde descubrí que para ser gigante solo hay que dejar de mirar el horizonte y fijar la vista un poco más hacia el cielo. No sé cómo, pero comprendí que no se puede vivir en el vértice del horizonte; hay que arrojarse hacia una de las mitades infinitas de la geometría de la vida, no importa si escoges el cielo, el mar o el suelo y nadar y volar y caminar. Hay que robar las naranjas primero y pedir disculpas luego a la hija del conde.
Excitado por el descubrimiento esa tarde empecé a caminar no como cualquier otra tarde ni como cualquier otro día, sería un nuevo caminar para todas las tardes del resto de mi vida.
Bello texto. Íntimo, contemplativo, reflexivo... poesía, al fin y al cabo.
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