Sombrero pintor

Encontré un sombrero sobre la mesa entre dos maceteros blancos que parecen una balanza vegetal en equilibrio encima de dos volcanes sonoros  acariciando a las hojas que sobresalen y brotan como cascada desde los maceteros, así como las arenas blancas masajean a las golondrinas después de un largo vuelo sobre la costa.

El sombrero siempre ha estado ahí dando sombra a las plantas, no recuerdo desde cuándo. Una vez sirvió de protección a una desnuda cabeza, pero la mayor parte del día permanece inquieto de aburrimiento y tranquilo en su propósito de vida.

En la mañana con el sol entrando por oriente da sombra a los hibiscos y en la tarde baña de cálida oscuridad por el poniente a las suculentas. Desde el día que llegó, insisto que no recuerdo cual, las hojas de los hibiscos se desangran en un rojo intenso y la suculentas de un verde tornasol.

Tanta dicha acumulada ser un pintor que no necesita brocha ni paleta de colores, no fuerza nada más que su sombra sobre la luz del sol como un alquimista de la fotosíntesis para regalar arcoíris vegetales a los pálidos espacios interiores de las sombrías casas en otoño.

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